No sé ustedes, pero yo, cuando estudiaba en BUP Historia de España y Literatura Española, con imaginación adolescente, “veía” literalmente los mesones donde los guerreros paraban en su destierro de la Corte o donde Don Quijote iba a parar con el pobre de Sancho. Y no me digan que no “ven” las jarras de vino manchego con chuletones a medio pasar.
La literatura medieval no escatima, en sus versiones francesas y española, esa imagen de descanso del guerrero que tienen las posadas en medio de desiertos con molinos de viento o tras sobrevivir a una emboscada en el bosque, valga la redundancia. Y no me digan que no recuerdan cómo Lazarillo de Tormes bebe de un agujero en la base de un botijo lleno de vino o roba queso a un invidente.
El vino, en esa Castilla la Mancha de caballeros hidalgos, era Valdepeñas con toda seguridad, pero no conozco ningún estudio (que quizás haya) sobre la cultura del vino en las novelas de caballeros andantes escritas para el vulgo en las décadas que separan la edad media de la modernidad. Se habla de las azarosas vidas de Cervantes y Lope de Vega, no de la presencia del vino en sus obras.
Las comilonas de los nobles son descritas como abundantes en sólido y líquido fermentado de uva, pero no están ausentes de vino las comidas de los pedigüeños del Siglo de Oro, de los pícaros, y los “hijos de algo” venidos a menos. Unos tiempos en que el vino no se demonizaba, sino que por el contrario era ingrediente de cualquier “yantar”.
El tercer segmento de población, además de nobleza y plebe, que consumía vino era el clero, que lo elaboraba en los conventos y lo vendía, además de consumirlo.
El clero además recibía los diezmos, que incluso podían ser de vino, a mayores del que producía y vendía, llegando a hacerse famosos el de algunas abadías.
Los abades del norte de Europa, por cuando Felipe II, se dedicaban a fabricar cerveza, porque en latitudes tan altas la vid no se da.
En cualquier caso, el clero y el jugo de uva fermentada tienen mucho que ver en la Edad Media. Está fuera de toda duda que lo precisaban para la transustanciación, pero la plebe no ha sido muy compasiva con las dos castas dominantes en este período. Véase en este sentido la ilustración siguiente:
Es posible que el vino estuviera bajo cien candados en los conventos para que los trabajadores de las tierras del clero no accedieran a él. Pero como se ve en la imagen, no solo la transustanciación justificaba el consumo de vino entre el clero, sino las inclinaciones hedonistas que la plebe les atribuía.
En el fondo, el clero y los hidalgos o caballeros con comida y bebida a base de vino de la tierra eran considerados improductivos por la plebe, que pagaba impuestos y diezmos de lo que trabajaban y lograban vender o transformar en otro producto. Pero nada parece indicar que el consumo de vino entre el pueblo estuviera limitado, salvo por su menor capacidad productiva y adquisitiva.
Y por eso, los llamados siglos oscuros, la heroica Edad Media, de caballeros templarios, princesas en peligro, moros invasores, nobles desterrados, reyes tiranos, pícaros simpáticos, posadas del buen yantar y damiselas quijotescas, el vino es un ingrediente de la vida social y comunitaria, un alivio de las penurias y un propiciador de leyendas.
¿Qué semejanzas os parecen que hay con la actualidad? Deja tu comentario.