Son incontables las veces que el vino aparece en la Biblia, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento.
Ya contamos que el pueblo judío, en su éxodo, había tenido malas experiencias con el consumo abusivo de vino: hetairas, el becerro de oro…
El cristianismo, en principio judaismo reformado, pasó a ser una doctrina con coherencia interna en los primeros cuatro siglos de la era cristiana.
Sin embargo, la herencia cultural de esos primeros cristianos era, como la nuestra a día de hoy, judaica: pocos pueblos dejaron huella tan profunda en los territorios que fueron habitando.
Y en esa herencia, a los cristianos les había sido transmitido que el vino, en cantidades no moderadas, produce conflictos, desvirtúa la esencia de la creencia, induce al paganismo.
No es casualidad que en La Última Cena, adormecidos quizás por el vino consagrado la mayoría de los discípulos, se produce una de las traiciones historicamente más relevantes: la de Judas.
A los judíos de aquel momento les habría sin duda parecido un justo castigo tanto la traición, pactada con anterioridad a la Última Cena, como el desenlace de la llegada del Mesías.
Pero lo malo que tienen las traiciones, conspiraciones, magnicidios, es que glorifican al caído. Ya lo decía Jesucristo: al que humillen será ensalzado.
Y así fue como la consagración del pan y del vino pasó a la liturgia mientras el cristianismo se extendía y llegaba a la mismísima Roma, donde moraba en las catacumbas.
Después de la separación del imperio de Oriente y de Occidente, en el S.IV, los cristianos dejaron de ser perseguidos y su religión pasó a llamarse catolicismo.
Como los judíos antes que ellos, los católicos temían el paganismo de los pueblos que iban adoctrinando. Bendecir las cosechas, los animales, ayudaba a hacer más aceptable su religión.
Pero, mientras eso no sucedió, los habitantes de las galerías subterráneas de la Roma Imperial, no solo bendecían el vino: este era tasado en pequeñas racciones.
Es posible que no hubiera mucha abundancia de comida y bebida para los súbditos judeo-cristianos de un imperio que les despreciaba.
Sin embargo, tasar el vino bendecido era, casi sin duda alguna, una precaución contra los conflictos que, encerrados a la fuerza, podría producir su consumo abusivo.
Por otra parte, una vez instituida la sacralización del pan y del vino, en la Última Cena, bendecir lo escaso o lo valorado no era un paso muy difícil.
Pero, ¿por qué bendecir el pan y el vino? Especialmente, ¿por qué el vino fue elegido para simbolizar la sangre del hijo de Dios sacrificado por los hombres?
En la percepción judeo-cristiana, hay algo maléfico en la fermentación del zumo de uva. También algo espiritual. Y una cualidad simbólica que media entre vivos y muertos.
A un nivel menos simbólico, quizás el vino de Oriente Medio era demasiado “puro”: no había que agregarle melazas, como a otros zumos fermentados, para subir la graduación alcohólica.
La perfección del vino envejecido en cubas era algo conocido por los romanos y mucho antes. Era un logro del Neolítico que los pueblos pastores de Oriente Medio valoraban mucho.
¿Cómo se llega desde valorar un producto de la tierra a considerarlo pecaminoso y bendecirlo para sacar los malos espíritus que la fermentación transformó en graduación alcohólica?
En el Neolítico, el fuego era controlado y se fabricaban pequeños artefactos de metal de hierro, bronce o cobre. Los primeros alambiques debieron ser de cobre.
Pero no se puede demostrar que existieran alambiques hasta el S.X de nuestra era. Por tanto, la tradición judeo-cristiana no temía los efectos del licor, sino del vino.
Puro vino, jugo de uva fermentado casi por azar, manjar de dioses, rojizo o pajizo líquido embriagador…
Sacralizar el vino es simbólicamente lo más alto que se ha llegado en la historia de esta bebida. Lo que se suele hacer con el vino es simplemente beberlo.
¿Crees que simplemente lo bebemos?
Autor: BuenVinoGallego
Hummm…Y un buen fino es lo mejor que hay! 🙂